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LAS ALTAS EXPECTATIVAS DE VIDA… ¿NOS ESTÁN ARRUINANDO? 

por Olivia Spiegelman

 ¿Qué pasa cuando la ambición y nuestras expectativas de vida sobrepasan las fronteras de nuestra realidad? Habitamos un espacio dentro de las redes sociales lleno de mensajes promoviendo exclusivamente el bienestar individual, donde todo logro es alcanzable sin importar el resto, pero ¿Es este el medio por el cual nos acercamos a la plenitud o sólo nos sumergimos más en cumplir con un ideal que no nos pertenece?  


Opinión - Por Olivia Spiegelman
7 de noviembre de 2024

Esta no es una nota optimista de autoayuda. Aquí no se medirán las posibilidades de éxito que cada persona posee más allá de sus oportunidades económicas, su capacidad proactiva o motivación e impulso. Cuando hablo de las “fronteras de la propia realidad”, me refiero al registro de la situación en la que vivimos, si nos alcanza para pagar el colectivo o el subte, o si podemos comprar leche en el supermercado. Pero no sólo nosotros, sino también nuestros vecinos; por ejemplo, el nivel de seguridad que posee el barrio en el que vivimos. En conclusión, la calidad de vida que no se encuentra asegurada únicamente por nuestros logros individuales, sino que se ve condicionada por las políticas de nuestro país e influenciada por la situación de quien se encuentra al lado nuestro, y no sólo por el funcionamiento del círculo económico - como en el caso de un pequeño-mediano comercio barrial, en el cual las ganancias van a ser mayores si más vecinos consumen de él -, sino también por la empatía que se pueda tener hacia el otro, característica correspondiente a lo humano.  

 Lo que consumimos, principalmente, a través de las redes sociales le da forma a nuestras vivencias. La percepción de la realidad es subjetiva, es decir, posee el sentido que el propio individuo le otorga. De esta forma, es inevitable llevar a nuestra realidad lo que vemos como parte de la vida del otro, a través de las redes sociales, y compararnos. Más aún, teniendo en cuenta que situaciones tan comunes, como mostrar lo que una persona hace en un día, la ropa que se compró de cierta marca, qué lugares visita o, incluso, cómo decora su casa, narrando estilos de vida que muchas veces aparentan ser mejores que la realidad de uno, se vuelven tendencia hoy en día. A partir del sobreconsumo de este contenido aspiracional, sobre todo los adolescentes y jóvenes, establecen sus ambiciones y expectativas personales. 

Paralelamente, vemos en el escenario político y social una preponderancia hacia el individualismo. Este elemento no sólo lo vemos reflejado en la legitimidad que poseen las medidas y los discursos políticos, sino que también nos condena a vivir con poco registro del otro. ¿Cuántas veces, por ejemplo, hemos pasado por al lado de una persona en situación de calle y no nos hemos frenado a analizar la situación? ¿Cuántas veces hemos normalizado que hasta una familia entera viva en esas condiciones? Y si bien es verdad que uno no puedo empatizar con cada causa que ocurra en el mundo y las preocupaciones personales van a depender del estatus económico y social propio, se vuelve muy difícil empatizar con un otro con un contexto ajeno al nuestro si las expectativas se apoyan en el ascenso individual a la par del descenso social general.

En ese sentido, ¿Cómo podemos esperar que la sociedad no se hunda en la ideología individualista si todos los mensajes que recibimos nos llevan a eso? Los contenidos que se consumen a través de las redes sociales - y demás medios - promueven ese estilo de vida, consagrando la idea de que el “estar bien” uno, para sí y por sí mismo, es lo que nos va a llevar a la felicidad, sin importar nuestros lazos con los otros. Me pregunto entonces: ¿Qué tan importantes pueden llegar a ser estos lazos? ¿Está siendo esto perjudicial para nuestra supervivencia?  

 La historia nos ha demostrado que los individuos se necesitan unos a otros para sobrevivir. Un fenómeno, relativamente reciente, que se puede observar son los kibutzim. Éstos tuvieron su origen incluso antes de la constitución del Estado de Israel, con la visión de establecer un hogar para grupos judíos con igualdad de oportunidades. En general, los kibutzim eran organizaciones con un sistema socialista de base, donde se cubrían las necesidades de sus integrantes, tales como la vivienda, comida, educación, etc., a partir del trabajo de ellos para su autoabastecimiento. La concepción del kibutz, entonces, demuestra que mediante los lazos comunitarios y de cuidado común se logra la supervivencia y la satisfacción de las necesidades.

La principal diferencia con este sistema es la insatisfacción de las necesidades y la búsqueda de la felicidad del humano con la creencia de que el crecimiento individual, sin necesidad del vínculo con otros, nos va a alcanzar a ella. Nos encontramos en una realidad en la cual recibimos constantemente mensajes que impulsan, aún más, el individualismo. El contenido que consumimos nos aísla de la realidad que habitamos y promueve estilos de vida que pocos poseen realmente, a costa de una mayoría que es cada vez más pobre.

El problema no está en la ambición y en la búsqueda de la felicidad, estas son actitudes naturales e inevitables de la condición humana. El verdadero cuestionamiento reposa en la forma en que llegamos a esa felicidad y la calidad de vida que queremos tener, no sólo a nivel personal, sino también a nivel social.  


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